lunes, 17 de enero de 2011









El recién llegado


Llamaron a la puerta. Ella reconoció los bajos del pantalón y sus zapatos de hombre a través del rectángulo acristalado. Abrió trémula. Él la miró con semblante apacible, incluso sumiso. Entonces la mujer se dio cuenta de que no era su verdadero rostro y sí una falsa piel de látex que llevaba sujeta a los bordes de la cara.
–¿Por qué te has puesto una máscara?
–Me encuentro mal –replicó gélido, y se la arrancó mostrando la verdad de su rostro hostil, casi dañino–. A ti, en cambio, se te ve con buen aspecto. Decías que estabas indispuesta...
Ella sintió su reproche, el odio en aquellas oscuras pupilas y balbuceó:
–Y era verdad…, no estoy… Me he maquillado un poco… ¿Por qué no intentamos llevarnos bien?
Como un espectro siniestro, él se adentró por el pasillo de la casa.

Marina Caballero
Ilustración: Reproducción prohibida, 1937. René Magritte.

sábado, 11 de diciembre de 2010











Brindemos.

Son encuentros con quienes nos endulzan la vida.
O encuentros que despiertan nuestra piel en reposo.
Y esos que nos ayudan a marchar sin demasiada tristeza. A confiar en la espera.
Nos sacuden de la abulia. Nos invitan a renacer.
Una sonrisa, un apoyo. Sueños reunidos.
Acaso salvar una vida o al menos salvar un instante.
Encuentros que reinician,
que sorprenden,
que conmueven cualquier hora.
Y las miradas se engalanan
mientras nuestras manos conviven.
Estamos celebrando la vida.



Marina Caballero
Ilustración: Celebración. Grabado (2009). Marco Temprano Alonso.

jueves, 18 de noviembre de 2010


¿De naderías?


Miren, ahí viene. Es un conocido, un vecino, un amigo. Y se nos acerca. Pero, ¿por qué de repente agacha la cabeza y, sin mediar saludo, pasa de largo? No es un gesto de cortesía. Entonces, ¿su actitud a qué obedece? ¿Acaso descubre una zanja en el pavimento, tiene miedo a tropezar con un saliente, se cuestiona el buen gusto de las losetas o, ciertamente, llueve y hay charcos? Son posibles razones… A fin de cuentas nimiedades. Como que tal vez contempla su calzado sin lustrar de forma suficiente, o igual va siguiendo su propia sombra que pisotean los zapatos. Convenzámonos. Desvía la mirada pues un sol repentino lo deslumbra y no usa gafas ahumadas. Más aún, ha perdido el portafolios donde llevaba los poderes al notario. Sí, ¿por qué no?, algo serio y trascendente le sucede: Quizás sufre los devaneos de su pareja e inclina con frustración el cuello, o sin duda está abatido tras el funeral del que regresa; a lo peor, las malas artes de un negocio bloquearon sus cuentas en el banco. También, la administración comarcal le ha expropiado unas tierras. Bah, no inventemos. El hecho de cruzarse con la cabeza gacha es mera coincidencia: nuestro amigo se cansó de mirar al frente, a un lado; lo mismo ni nos ve. E incluso puede ser que el hombre quiera pasar desapercibido a ver si cuela. Hay que disculparlo. Sencillamente huye a coger el autobús, ¿se teme una posible verborrea?; o tiene cabreo y no está para nadie. ¡Ay! Admitámoslo. En realidad, no nos quiere saludar y opta por ocultar el rostro. A buen seguro, nos ha cogido manía: juzga de oídas, se cree cualquier cotilleo. Por fortuna, no encajamos en su molde: desaprueba tajante vestimenta, gustos e ideas. Pero, ¡acabáramos!, es una represalia. Se venga ofendido por algún equívoco, cierta insensatez, un compromiso a su pesar roto y ese agravio de antaño que aún nos tiene que perdonar.
-¡Adiós!
Ya inútil, camina a lo lejos. Allá él que se pierde nuestro trato. En fin, ven, ¡cuánto tiempo haciendo cábalas, y el encuentro sin saludo, total, ha durado unos segundos!


Marina Caballero

Ilustración: Golconda, 1953. René Magritte. Colección Menil en Houston, Texas.

martes, 19 de octubre de 2010


Retazos de un desamor













Con cada prenda puesta,
me iba despojando de la sensualidad
que animó mi carne…


Nos dábamos el frío de las paredes blancas.


Cuando las palabras no sacian
y los hechos parecen luminarias fundidas,
queda a mano la perversión en las pequeñas venganzas.


De duelo. Estaba de duelo.
Porque me quedé sin sus posturas.


Pudimos juntar las lágrimas...



Marina Caballero.
Ilustración: Idilio 1931. Tamara de Lempicka. Colección privada.

martes, 14 de septiembre de 2010











Sonó a cáscara ligera, y al poco volvió a sonar. Entonces a ella le pareció que algo muy pequeño caía golpeándose contra el alféizar; pero tan sólo miró de soslayo, sin dejar la ocupación, hasta que de nuevo ocurrió otra vez. Fue cuando, no sin cierta aversión, observó por los visillos: el bicho, dos centímetros de largo, una especie de artrópodo con muchas patas, dos antenas y sin alas, ascendía en línea recta por el cristal buscando la salida. Al toparse con el aluminio cayó de nuevo. Entonces se quedó quieto en aquella encerrona de doble ventanal, engañado por un cristal que le mostraba lo que a un tiempo le estaba negando: su libertad. Aún lo intentó varias veces sin éxito; luego ya quedó inmóvil, bajo el sol, sobre el alféizar.
Ahora ella se siente culpable por no haber querido ser (le repugnaba tocarlo) el pequeño dios que lo salvara.

Entre cristales, de Apuntes de un verano. Marina Caballero.

Ilustración: Diálogo de los insectos, 1924. Joan Miró. Colección particular.

jueves, 2 de septiembre de 2010



Arisco mar el que no se remansa en la playa…




Deborah Kerr y Burt Lancaster en De aquí a la eternidad, película dirigida por Fred Zinnemann en 1953.

domingo, 15 de agosto de 2010


El hombre del quiosco






No era un loco dando vueltas en torno a un árbol, aunque yo lo pensé; y no obstante, ¡qué si lo fuera! Como entonces, cuando las tardes sestean y las calles se vacían, el hombre de los periódicos deja su puesto abierto y, allí cerca, camina sobre el césped: tranquilo, parsimonioso, con la cabeza gacha, buscando; buscando piñones bajo un pino en la ciudad. Y entre rato y rato largo encuentra alguno, se lo mete en el bolsillo y sigue a la tarea, echándole paciencia, porque sobra el tiempo o hay que llenarlo; así mañana, pasado también, mientras afuera todo se para, él seguirá entretenido buscando por el mero placer de hacerlo, sin que le importe poco ni mucho encontrar o no; en tanto yo, perpleja por la insignificancia, persigo afanes apurando cada instante, en un voy y vengo que me abruma, al compás de un inflexible tictac.


De Apuntes de un verano. Marina Caballero.
Ilustración: El quiosco, París. Carlo Brancaccio.


Recolectores urbanos:
hoy me uno a vosotros. Dos, tres…, seis piñones crudos. ¡Qué sabrosos!

viernes, 30 de julio de 2010









Con su escepticismo rompía alas.
Y abajo estaba el abismo.



Me he decepcionado.
Esperaba encontrar brotes...
Y hallé tan sólo hojarasca.
Me has decepcionado.


Del poemario Desde la quietud, Marina Caballero.
Ilustración: Desnudo con alcatraces, 1944. Diego Rivera. Colección de Emilia Guzzy de Gálvez. Ciudad de México.

domingo, 11 de julio de 2010


Mi jardín silvestre





Detrás de la parroquia, en el límite con la cerca, las amapolas, las malvas y las margaritas crecen pasando por entre los alambres hasta invadir la acera. Son la sorpresa agradable, repetida, de mi paseo...
Ya no. Hoy me enfrento a su ausencia tan imprevista como tajante. Ahora, entre la iglesia y la cerca de alambres, sólo queda el terreno baldío, seco, pelado. ¡Qué desolación de acera sin flores!

De Apuntes de un verano, Marina Caballero
Ilustración: Campo con amapolas, 1890. Vincent Van Gogh.
Museo Gemeentemuseum de la Haya.

domingo, 27 de junio de 2010









Ella se mostró al desnudo, inocente y confiada, ante cientos de pares de ojos que la escudriñaban: pupilas gélidas, morbosas, circunspectas... Ella
vio que aquellos seres, alineados en sucesivas filas, la escrutaban tras enormes lupas, mientras unos con otros intercambiaban pareceres en un bisbiseo insistente; y a intervalos, todos ellos escribían notas en sus respectivos dosieres, subrayando frases determinantes o esenciales. Llegado el momento final, se fueron levantando uno a uno para emitir el inapelable veredicto.
Horrorizada, ella se desvaneció. El estupor corrió por la sala. Voces. Luces. ¿Qué le había pasado?, se preguntaban. Cuando varios de aquellos seres se acercaron para averiguar lo sucedido, se encontraron con la película aún caliente, velada por completo.


Marina Caballero

Fotografía de Man Ray, 1923.

lunes, 14 de junio de 2010

De otros días (selección)


Vuelven las hojas. Y los días.
A escribir sus temblores.

…. …. ….

Renace joven, húmedo, el paisaje.
Y entre su alboroto
se desliza el sensual secreto de unas lilas.

…. …. ….

En la solana.
Y en los bancos. Y en las terrazas...
También el pensamiento holgazanea al compás de un bastón.

…. …. ….

El verde de la siesta,
el verde de la fuente,
y las gotas verdes sobre mi piel.
Se mece la espera.

.… …. ….

Es la llamada de las lunas calientes.
De la luna rotunda.
Y cada cuerpo convida a su deseo en el azul.



Del libro Asida al instante. Marina Caballero.

Ilustración: La Danza. Henri Matisse, 1909. Museo del Hermitage, San Petersburgo.

sábado, 22 de mayo de 2010







Aquel comediante se detuvo en la plaza. Bajo el paraguas con la maleta. Ya no había teatro.
Y se quedó allí quieto, cabizbajo, quizás sin saber hacia dónde tirar.

“En 1744 Antonio Palomino ofrece al Ayuntamiento pagarle 15.000 reales anuales, durante veinte años, a condición de «hacer la casa Teatro de la Comedia en el sitio que llaman las carnicerías». El viejo edificio que se acondiciona era propiedad del Hospicio de los niños expósitos que tenía el usufructo de las comedias desde el siglo XVI. Pero estaba ruinoso y por ello era necesaria su restauración. En 1787, el Diario Pinciano proclama con alborozo que «Valladolid tiene un Teatro de Comedias muy capaz y hermoso». En este teatro Napoleón asistirá a una representación cuando pasó revista a sus tropas en el Campo de Marte.” (Emilio Salcedo, Teatros y espectáculos, del libro Valladolid, imágenes de ayer. Grupo Pinciano, 1985).

El Comediante del escultor Eduardo Cuadrado, situado en la antigua plaza de la Comedia, sigue intemporal lamentando, sin duda, la pérdida de teatros en nuestra ciudad de Valladolid. Pero también convencido de que, en último caso, el escenario está en una esquina, en un pasaje, allá donde el comediante actúe y acuda, al menos, un espectador.
Acerquémonos, pues. Es su mudo semblante quien habla, está representando su propia obra. Y yo me detengo, aunque sea irrelevante desvelar que nací en una casa de interior, casi lindante con el ya olvidado Teatro de la Comedia.

Marina Caballero

miércoles, 12 de mayo de 2010





Esta vez, igual que otras, he disfrutado de su presencia y de nuestros diálogos alargándose como sombras en el atardecer. Luego la charla se prolonga en un bar. Infusiones endulzadas con miel, humo denso y sillas que se estorban. El insidioso olor de los cigarrillos altera los tímidos perfumes de nuestras ropas, mientras conversaciones ajenas entorpecen la propia.
Mi amiga habla de un encuentro y de un desencuentro, del retorno a la soledad y del caos en el alma:

Por las oquedades que dejaron tantas mentiras en mi ánimo,
transita el aire frío del desencanto…

Ella quiere dormir para tener sueños dulces.
Hace frío también fuera. Miro esos huecos oscuros de los coches aparcados en la calle y siento latente el vacío nocturno de muchos individuos, enfilados como objetos por una existencia alienante.

Ilustración: Chop Suey, Edward Hopper. Collection Barney A. Ebsworth.
Del cuadernillo 7 RECOVECOS. Marina Caballero.